NY 2.
La musimisa.
Qué buen rollo. Nuestro último día fuimos a una misa Gospel -¿Se escribírá así?-, al barrio de Harlem. Y aunque a los turistas nos metían en el gallinero de lo que parecía que había sido un cine, la verdad es que me encantó. A pesar de estar en la última esquina, en la última fila, y midiendo 160 ajustados, si te estirabas un poco podrías ver lo que pasaba ahí abajo.
Nada más empezar, una yaya, una grand mami, una negraza de la cabeza a los pies con voz y alma de soul, empezó a entonar unas letanías u oraciones, que no sé muy bien que era. Sólo se que te daban ganas de decir OU YEAH! . Y al poco, una orquesta, que no era filarmónica, pero sí que tenía percusiones, guitarras, bajo, teclados -no muy afortunados, por cierto- y cantantes a tuttiplen, por lo menos cuatro, entonaban salmos, oraciones y otras cosas propias de la plegaria dominical acompañados por el público. Mientras cantaban, una pantalla sobre ellos quedaba ilustrada con la letra de las canciones/salmo a modo de karaoke.
Y unas niñas danzaron, descalzas, lo que me hizo pensar en los hongos que iban a coger las pobres... Y la gente iba vestida de domingo, que no quiere decir de etiqueta, pero sí que ellos pensaban que estaban muy muy requetelegantes. Y bailaban al ritmo de la música y aquello era una expresión de fé para nosotros o para mi, al menos, desconocida. Fundamentalmente por algo muy en boga hoy: la participación. Mientras en nuestras misas los feligreses participamos pasando el cepillo, o leyendo a San Pablo -no en todos los sitios-, o cantando algo como Señor, me has mirado a los ojos, o vienen con alegría o padrenuestrotuqueestás o a lo sumo cantando a grito pelado el alabaré alabaré, ahí la verdad es que además de cantar, bailaban, se movían, hablaban, respondían y aclamaban lo que decía el pastor... Y es que resulta curioso que en los sitios más mediterráneos, que se supone que somos más vivarachos y locuaces, en misa, no participemos. A lo mejor es por que en la iglesia reina el recogimiento para diferenciarla de otros espacios públicos como la calle, donde evidentemente todo es follón. Y ahí es al revés, ¿O qué? Quien sabe. El caso es que nuestras misas nada tienen que ver con la actuación relimusical que ahí se daba.
El sumun y lo que más me sorprendió fue cuando de repente en la pantalla karaoke anunciaron algo. Como no entiendo ni papa de inglés, sólo me fijé en una señora que salía en el anuncio con dos pepinos en sus ojos. Para mis adentros me dije que aquello parecía teletienda. Y en efecto. Cuando salí mis amigas confirmaron mis sospechas. Se trataba de un anuncio, dirigido a los hij@s. Como próximamente era el día de la madre, el spot aportaba una idea: regalar a la madre una cura de belleza. Increible. ¡Alabadico sea el Señor! me dije.
También me dije que no me extraña que en EEUU haya tanto enganchado a la religión, pues desde luego, dentro del cine/iglesia aquel, en apariencia, no había nada hostil, era como una especie de placenta, en la que se estaba muy requetebien, se respiraba y se entonaba alegría, eso al menos, aquel día en Harlem.
La musimisa.
Qué buen rollo. Nuestro último día fuimos a una misa Gospel -¿Se escribírá así?-, al barrio de Harlem. Y aunque a los turistas nos metían en el gallinero de lo que parecía que había sido un cine, la verdad es que me encantó. A pesar de estar en la última esquina, en la última fila, y midiendo 160 ajustados, si te estirabas un poco podrías ver lo que pasaba ahí abajo.
Nada más empezar, una yaya, una grand mami, una negraza de la cabeza a los pies con voz y alma de soul, empezó a entonar unas letanías u oraciones, que no sé muy bien que era. Sólo se que te daban ganas de decir OU YEAH! . Y al poco, una orquesta, que no era filarmónica, pero sí que tenía percusiones, guitarras, bajo, teclados -no muy afortunados, por cierto- y cantantes a tuttiplen, por lo menos cuatro, entonaban salmos, oraciones y otras cosas propias de la plegaria dominical acompañados por el público. Mientras cantaban, una pantalla sobre ellos quedaba ilustrada con la letra de las canciones/salmo a modo de karaoke.
Y unas niñas danzaron, descalzas, lo que me hizo pensar en los hongos que iban a coger las pobres... Y la gente iba vestida de domingo, que no quiere decir de etiqueta, pero sí que ellos pensaban que estaban muy muy requetelegantes. Y bailaban al ritmo de la música y aquello era una expresión de fé para nosotros o para mi, al menos, desconocida. Fundamentalmente por algo muy en boga hoy: la participación. Mientras en nuestras misas los feligreses participamos pasando el cepillo, o leyendo a San Pablo -no en todos los sitios-, o cantando algo como Señor, me has mirado a los ojos, o vienen con alegría o padrenuestrotuqueestás o a lo sumo cantando a grito pelado el alabaré alabaré, ahí la verdad es que además de cantar, bailaban, se movían, hablaban, respondían y aclamaban lo que decía el pastor... Y es que resulta curioso que en los sitios más mediterráneos, que se supone que somos más vivarachos y locuaces, en misa, no participemos. A lo mejor es por que en la iglesia reina el recogimiento para diferenciarla de otros espacios públicos como la calle, donde evidentemente todo es follón. Y ahí es al revés, ¿O qué? Quien sabe. El caso es que nuestras misas nada tienen que ver con la actuación relimusical que ahí se daba.
El sumun y lo que más me sorprendió fue cuando de repente en la pantalla karaoke anunciaron algo. Como no entiendo ni papa de inglés, sólo me fijé en una señora que salía en el anuncio con dos pepinos en sus ojos. Para mis adentros me dije que aquello parecía teletienda. Y en efecto. Cuando salí mis amigas confirmaron mis sospechas. Se trataba de un anuncio, dirigido a los hij@s. Como próximamente era el día de la madre, el spot aportaba una idea: regalar a la madre una cura de belleza. Increible. ¡Alabadico sea el Señor! me dije.
También me dije que no me extraña que en EEUU haya tanto enganchado a la religión, pues desde luego, dentro del cine/iglesia aquel, en apariencia, no había nada hostil, era como una especie de placenta, en la que se estaba muy requetebien, se respiraba y se entonaba alegría, eso al menos, aquel día en Harlem.
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