Iba paseando y pensando en si hoy el día tendría un cielo de oro, de espejo o de plomo. Pensaba en algo poético, en darle un sentido a lo del cielo de oro, en que significara algo, pero no lo he conseguido.
Me encanta mi barrio. Además los que vivimos en la zona estamos más cercanos a la antigua Estación del Portillo que a la Gran Vía, no sé por qué, pero Doctor Cerrada es como el Rubicón y la Gran Vía ya no digamos. Los que viven en la calle Dato o Laguna de Rins son de otro distrito, pero no quienes habitan en Sacramento, o en Doctor Horno, o en Esponera son del barrio. En el barrio -aunque lo haya escrito ya, me gusta más la palabra que sector, o zona- los matrimonios mayores, esos que se conocen hasta el último secreto de sus adnes, caminan de la mano después de toda una vida. Hay tiendas de las de antes... sin ir más lejos, en mi calle hay una tienda de bombillas casi de gas, todavía, una peluquería, pequeño local que se aplica en vender dosis de belleza eterna a las setentonas del barrio, y una pescatería, y aunque el pescado es fresco, su sabor es añoso. Algo más lejos se arreglan máquinas de escribir y de calcular, hay pensiones varias, de cuando había viajantes o de cuando los de la estación tenían apretones sexuales... Hay mercerías, tiendas de fotografía de gente que posiblemente quiso ser Cappa y acabó poniendo el estudio en el barrio, bares, mercados, hasta Galerías Primero. Por haber hay hasta after hours o afterawers. Y aunque se diga que ando locuela, hay recuerdos en las paredes, rótulos que anuncian gente que ya no está, sentimientos, vidas, familias, amores y desamores, problemas y alegrías... Y aunque están sin identificar, el barrio está cargado de vida.
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